La Matriz DEQ y el Agua Fría
Cómo cambiar la forma en que nos hablamos puede transformar nuestra relación con el trabajo, las ganas y el propósito.
La forma en la que nos hablamos define el mundo que habitamos.
No describimos la realidad tal como es, sino tal como la interpretamos. Y esas interpretaciones, muchas veces, no solo organizan nuestra vida: la condicionan.
Durante mucho tiempo, estuve buscando formas de entender mejor por qué hago lo que hago. En ese camino, desarrollé una especie de marco interno que me ayuda a observar mis propias decisiones. A esa estructura la llamo la matriz DEQ, por las siglas de Debo, Emerge y Quiero.
DEQ: Debo, Emerge, Quiero
Todos tomamos decisiones desde distintos lugares. A veces, lo hacemos desde lo que creemos que debemos hacer: mandatos sociales, compromisos, reglas externas o internas que cargamos sin cuestionar. Otras veces, actuamos desde lo que simplemente emerge: emociones momentáneas, impulsos, ganas o rechazos que aparecen sin aviso y nos arrastran. Y en los mejores casos, decidimos desde lo que realmente queremos: una elección consciente, vinculada con nuestro propósito, nuestras prioridades actuales, lo que consideramos importante.
La gracia está en poder distinguir entre esas tres capas. No para juzgar ninguna, sino para saber desde dónde estamos actuando… y elegir si queremos quedarnos ahí o movernos.
La matriz DEQ en acción
Esta matriz cruza tres dimensiones clave:
Debo (creencia)
Emerge (emoción)
Quiero (decisión)
Cada cruce nos ubica en un tipo de acción o dilema interno, y sugiere una posible respuesta. No es una fórmula, es una brújula. Nos ayuda a ver si estamos actuando por mandato, por impulso, por deseo… o por inercia.
Cuando todo se siente como una obligación
En mi trabajo —como en el de muchos— hay tareas que disfruto y otras que preferiría evitar. Durante un tiempo, esas tareas “menos agradables” las vivía como algo que simplemente tenía que hacer. Las anticipaba con incomodidad. Solo pensar que estaban en la agenda me tensaba el cuerpo.
Pero con el tiempo, me di cuenta de que esa incomodidad era, muchas veces, un reflejo del pasado. Tareas que alguna vez fueron incómodas o me resultaban ajenas, hoy no necesariamente lo son. Sin embargo, seguía interpretándolas como una carga, sin revisar si esa interpretación seguía vigente.
También noté algo más importante: no tenía que hacerlas. Nadie me estaba obligando. Eran decisiones que yo mismo había tomado, porque me parecían importantes para avanzar en mis proyectos. Tal vez no me nacían naturalmente las ganas de hacerlas, pero no era una imposición. Yo las quería hacer, aunque no me generaran placer inmediato. Cambiar ese enfoque, de “tengo que” a “quiero”, redujo en gran parte el sufrimiento asociado.
¿Qué pasa con lo que emerge?
Hay otro lugar desde el cual solemos actuar, más sutil pero igual de potente: lo que emerge. A veces tenemos ganas de hacer algo, a veces no. A veces sentimos entusiasmo, y otras nos cuesta incluso empezar. Es fácil dejarse llevar por lo que aparece en el momento. Pero las ganas son caprichosas. No siempre están alineadas con lo que queremos lograr.
Y sin embargo, no hay que descartarlas. Lo que emerge tiene valor: nos da señales. Nos conecta con lo emocional, con lo animal. Pero si dejamos que esas emociones dominen todas nuestras decisiones, perdemos dirección. Vivimos a merced de los estados de ánimo.
La clave, para mí, está en aprender a leer eso que emerge sin quedar atrapado en ello. A veces, simplemente no tengo ganas. Pero igual quiero hacerlo. Esa tensión es parte de crecer. Elegir lo que queremos, incluso cuando lo que emerge no acompaña.
Una práctica concreta: el agua fría
Una forma en que entreno esta capacidad es simple y desafiante: el agua fría.
En invierno, me meto al mar. No porque deba. No porque tenga ganas. Lo quiero hacer. Es una decisión consciente. Me ayuda a entrenar la mente, fortalecer el cuerpo y reconectar con algo más profundo.
Cada vez que lo hago, aparecen sensaciones: resistencia, duda, esa voz interna que pregunta “¿para qué?”. Pero mientras más practico, más noto que esas sensaciones emergentes se pueden domar. Que esa primera reacción automática puede transformarse en disfrute. Que muchas veces, al otro lado del malestar, está lo que busco.
El agua fría es mi manera gráfica de recordarme que lo que emerge no tiene por qué definir lo que elijo.
Domar lo que emerge, revisar lo que debo, elegir lo que quiero
Parte del trabajo interno consiste en fabricar las condiciones para que emerja lo que queremos. Cuando diseñamos el entorno, la rutina, las relaciones y los compromisos desde un lugar más consciente, empezamos a facilitar que nuestras emociones y nuestros impulsos estén alineados con nuestros deseos profundos. Dejamos de depender tanto del ánimo cambiante, y nos volvemos más coherentes.
También necesitamos desarrollar la autoconfianza y el coraje necesarios para revisar lo que creemos que debemos. Muchas de esas obligaciones que arrastramos no son tales. Son ideas heredadas, reglas que en su momento tuvieron sentido, pero que quizás hoy ya no aplican. Si no las cuestionamos, corremos el riesgo de vivir según un sistema de creencias ajeno, antiguo o simplemente desactualizado.
En definitiva:
Lo que quiero es una decisión presente. Es el resultado de mirar mi historia, escuchar mis emociones y elegir desde ahí, con claridad.
Lo que debo es una creencia adquirida, y como toda creencia, merece ser revisada. No para descartarla automáticamente, sino para elegir si aún tiene sentido para mí.
Lo que emerge es automático, emocional, animal. Pero también es domable. Es materia prima, no destino. Es energía disponible que, si aprendemos a trabajar con ella, puede ponerse al servicio de lo que realmente queremos.
Aprender a vivir mejor, quizás, sea eso:
Elegir con libertad, revisar con honestidad y domar con paciencia.
tremendo Hernán!! gracias por esta reflexión y sobre todo por el sistema, muy interesante.